El papel del celador en la inclusión real: la importancia del primer contacto

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Hoy hablamos de la inclusión real de los pacientes con necesidades especiales y el papel del celador.

“No sabemos el impacto que tenemos… hasta que entendemos a quién ayudamos.”

Tal vez no te lo creas, pero el celador es un puente humano en los pasillos del hospital.

En los pasillos de los hospitales, donde el tiempo parece alargarse entre el dolor y la esperanza, hay figuras que actúan como puentes invisibles entre lo clínico y lo humano.
Una de ellas, muchas veces ignorada en los discursos oficiales, es la del celador.

Pero si afinamos la mirada, encontraremos que nuestro papel puede ser clave en la inclusión real de pacientes con necesidades especiales.

¿No te lo crees? Piensa en estos casos (entre muchos que se me ocurren):

  • Los nuevos sistemas digitales, por ejemplo, como es el caso de los monitores de llamada con “numerito”, son laberintos para nuestros mayores, los cuales, como vemos a diario, generan un sistema injusto con respecto al trato que nuestros centros dan a estos pacientes, tal como pasa con la banca digital.

“La Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP) y la Plataforma de Mayores y Pensionistas (PMP), han reclamado el cumplimiento real de los derechos sanitarios y sociales de los colectivos más vulnerables: las personas mayores, especialmente mujeres, con enfermedades crónicas.”

  • Otro ejemplo son las salas de espera, ya que, tal como están gestionadas, suponen un drama para pacientes con Trastorno del espectro Autista y sus familias y los programas y proyectos que se desarrollan no terminan de solucionar la experiencia de las frecuentes visitas que estos pacientes nos hacen.

La inclusión va más allá de la accesibilidad

La inclusión, en el ámbito sanitario, va mucho más allá del acceso físico.

Las rampas, la señalización, los pictogramas, son ayudas incuestionables, ganadas por parte de este tipo de asociaciones a lo largo de los años y que damos por sentadas.

Pero la inclusión, además implica comprensión, respeto a los ritmos distintos, sensibilidad para interpretar gestos cuando las palabras fallan, y una disposición emocional que no todos los profesionales desarrollan con la misma intensidad.

El celador, por su cercanía cotidiana con el paciente —en el traslado, en la espera, en el acompañamiento no técnico—, puede ser la primera persona en percibir una barrera invisible o en tejer una conexión significativa.

La realidad, y esto también es incuestionable, es que somos expertos en “diagnosticar” necesidades inmediatas que faciliten la inclusión, pero en muchos casos no existen las herramientas que nos gustaría ofrecer. ¿Quién de nosotros no ha ofrecido alguna vez un brazo como apoyo a una persona mayor?

Pero para que esto ocurra, necesitamos algo más que buena voluntad: necesitamos formación.

Y cuando se habla de formar a equipos sanitarios…
¿Dónde quedamos los celadores?

Casi nunca se nos nombra.
Y sin embargo, somos quienes más cerca estamos del paciente vulnerable.

Es una omisión injusta.
Y una oportunidad perdida.

Debemos tener en cuenta, que la mayoría de las necesidades de inclusión están fuera de la atención sanitaria directa que se ejerce dentro de las consultas, las habitaciones o los boxes, está en los pasillos, y ahí tenemos mucho que decir…y que hacer.

Pongámonos en el papel del otro: ya sabéis, la famosa empatía.

“Tengo autismo y lo que más me asusta es no saber qué va a pasar”

Imaginemos que nos encontramos con Laura, Paciente con TEA

Cuando Laura llega al hospital, todo es un caos de luces y sonidos. Se pone nerviosa si no entiende qué va a ocurrir.
Una vez, un celador la miró, la dijo con voz suave: “Vamos a ir en ascensor, y después a una sala donde te harán una prueba. ¿Te parece bien?”.
Solo eso le cambió el día.
No necesita que la traten como a una niña, sino que la expliquen con calma y sin prisas.
Eso es inclusión.

“Tengo esquizofrenia y lo que más necesito es respeto, no miedo”

Raúl, 36 años

No soy peligroso. Solo tengo días difíciles.
Una vez, un celador evitó mirarme, me habló seco, como si no fuera una persona.
Otra vez, uno me ofreció el brazo y me dijo: “Vamos tranquilos, ¿vale?”. Y me sonrió.
Me sentí visto. Me sentí humano.
No somos un caso. Somos personas. Y el respeto empieza con cómo nos tratan.

“Tengo Alzheimer y me pierdo… pero aún siento”

Rosa, 81 años

Hay momentos en los que no sé dónde estoy, pero sí sé cuándo alguien es amable.
Una vez, un celador me dijo: “Hola Rosa, soy Manuel, voy a llevarte al médico. Estás en buenas manos”.
Me cogió la mano como si no tuviera prisa.
Necesito que me hablen lento, que me miren, que me digan que todo está bien.
Eso también cura.

“Tengo discapacidad física, no soy invisible”

Carlos, 45 años

Estoy en silla de ruedas, y sé moverme. Pero muchas veces los celadores me empujan sin preguntar.
Una vez, uno me miró y me dijo: “¿Te ayudo o prefieres hacerlo tú?”.
Ese momento fue poderoso. Porque eligió preguntarme, no suponer.
La inclusión empieza cuando me das voz, no cuando me asumes.

“Mi hijo tiene una enfermedad rara y lo que más duele es que lo ignoren”

Sara, madre de un niño de 8 años

Mi hijo no habla, pero siente. Muchos celadores solo me hablan a mí.
Pero un día, uno se agachó, le sonrió y le dijo: “Hola campeón, vamos a darnos una vuelta en esta súper camilla”.
Mi hijo sonrió.
Ese celador entendió que no hay que entender todo para incluir. Solo hay que mirar con respeto.

Bien, ahora vamos a pensar que, aunque muchos compañeros ya son así, todavía existen muchos agujeros entre nuestra categoría. Pero no vamos a juzgarles. Al contrario. Hablemos de lo que todos sabemos que es nuestro “talón de Aquiles”

NO ESTAMOS FORMADOS CON RESPECTO AL TRATO DE PACIENTES SEGÚN SU PATOLOGÍA, y esto no lo arregla un curso online de 500 horas

Siempre lo decimos y seguiremos haciéndolo: necesitamos celadores formados, atentos y con corazón.

La inclusión no es un gesto grande.
Es una palabra, una pausa, una mirada a tiempo.

Y en eso, nosotros, celadores, tenemos un poder que aún no nos creemos.

Lo que dicen las investigaciones (y lo que olvidan)

Diversos estudios en el ámbito de la atención hospitalaria —como los realizados el Observatorio de Discapacidad y Salud de la OMS— señalan la importancia de contar con equipos sanitarios formados en el trato a personas con diversidad funcional, trastornos del espectro autista, enfermedades raras o discapacidades psíquicas.

La falta de esta formación genera brechas que impactan directamente en la experiencia y la seguridad del paciente.

Sin embargo, en estos análisis, el celador brilla por su ausencia.
No por irrelevancia, sino por omisión estructural.

Un nuevo rol: acogida, observación y especialización humana

Formar a los celadores en patologías comunes y específicas —con herramientas de comunicación alternativa, comprensión conductual y gestión emocional— no es un lujo: es una urgencia ética.

Es hora de cambiar eso.

El nuevo futuro que reclamamos no habla de celadores como personal auxiliar sin cualificación, sino como agentes de acogida, observación y humanidad especializada.

Formar a los celadores en patologías comunes y específicas —con herramientas de comunicación alternativa, comprensión conductual y gestión emocional— no es un lujo: es una urgencia ética. De hecho, esto es algo que ya abordamos en uno de nuestros anteriores artículos relativos a la formación en patologías con respecto a los pacientes de Salud Mental y la gran necesidad de conocer cómo abordar nuestro trato según las enfermedades de los pacientes.

El primer contacto: una oportunidad decisiva en la inclusión y el papel del celador.

Pensemos en un niño con autismo que acude a una prueba diagnóstica.
O en una mujer con parálisis cerebral ingresada por una fractura.

El primer contacto, la primera mano extendida, la primera voz que escucha, muchas veces no es la del médico ni la enfermera.
Es la del celador.

La sanidad se sostiene en lo humano, y lo humano no se improvisa, se forma.

Si ese celador mira con los ojos de la persona que nos pide ayuda, si ese gesto no se impacienta ante la lentitud o la incomprensión, estamos construyendo sanidad inclusiva desde el corazón operativo del sistema.

Reivindicar al celador es mejorar la sanidad pública

Reivindicar este papel no es inflar el ego de un colectivo, ni comparar trabajos con otras categorías En algunos casos son caminos paralelos.
Es reconocer lo evidente: que la sanidad se sostiene en lo humano, y lo humano no se improvisa, se forma.

Hagamos del celador no solo un trabajador fuerte y resolutivo, sino también un profesional empático, informado y preparado para responder a la complejidad de cada paciente.

Incluir de verdad, no solo tolerar

Si de verdad creemos en una sanidad pública universal, ese “universal” tiene que incluir la diferencia, no solo tolerarla. Y para eso, necesitamos celadores preparados, visibles y valorados.

La diferencia no es una barrera: es una razón para mejorar… y para que nos dejen mejorar.

Porque en el cuidado, como en la vida, la diferencia no debería ser una barrera, sino un motivo para hacerlo mejor.


fotografía de Raúl Jiménez Díaz, autor del artículo
Raúl Jiménez Díaz, Celadores de Madrid.

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